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Análisis de Blackwood Crossing
Versión analizada: PS4. Copia digital proporcionada por ICO Partners.
Las propuestas que priman el aspecto narrativo antes que el jugable cada vez son más y más usuales, con el consiguiente aprieto que pone a los críticos de cómo valorar algo que hasta ahora no había tenido tanta importancia dentro del mundo interactivo.
Blackwood Crossing quiere ahondar en la relación entre dos hermanos que se han quedado huérfanos a través de muchas metáforas y mundos oníricos. El hermano pequeño, Finn, es el que siempre hace que la trama avance, el que tiene una imaginación desbordante y también los mayores cambios de humor, de odiar a su hermana a necesitarla. No es una historia que vayamos a recordar ni tampoco consigue transmitir todas las sensaciones que pretende, en parte por la forma de contarla y en parte por una jugabilidad que cojea en varias partes.
Nosotros nos metemos en la piel en primera persona de la hermana mayor, Scarlett, y lo primero que sorprende es un control muy ortopédico y lento. La niña se mueve con dificultad por entornos cerrados y con poca libertad de movimiento (es decir, la mayoría), y el ritmo se hace pesado a pesar de que no hay que recorrer distancias muy grandes.
Las mecánicas son muy simples, pero a veces el diseño no es lo suficientemente bueno como para que sean intuitivas de aprender sin ningún mensaje en pantalla. Además, no es que sean muy entretenidas y otras directamente son pesadas. Por ejemplo, una de las que más se repite consiste en enlazar conversaciones entre dos personas que están separadas.
Blackwood Crossing incluso introduce algunas partes mágicas, en las que controlamos el fuego o una especie de oscuridad. Una vez más, ni un niño de cinco años tendría problema en resolver los puzles. Como de costumbre en este tipo de juegos, los acertijos no se quieren entrometer en el avance del jugador de ninguna de las maneras, ni aunque la duración sea de menos de dos horas.
El apartado artístico es una de las partes más notables, con ese estilo cartoon tan inocente, pero capaz de retorcerse y oscurecerse cuando es necesario. Eso sí, en las partes más oscuras se vuelve todo demasiado oscuro (valga la redundancia) y apenas se ve nada. Funciona mucho mejor cuando todo es colorido y luminoso.
Blackwood Crossing tiene unas intenciones muy buenas, pero se queda a medio gas en sus dos aspectos más importantes. La historia no termina de enganchar ni emocionar hasta el final y la jugabilidad entorpece el ritmo a pesar de su inexistente dificultad.
Apartado artístico, al final emociona.
Cortísima duración, control ortopédico, nula dificultad.
Un título que busca emocionar pero que no lo consigue en el escaso tiempo que tiene.