Análisis de Shape of the World
Versión analizada Nintendo Switch. Copia digital proporcionada por Terminals.
De vez en cuando, llega un juego del que, por muchos videos e imágenes que veas, no tienes ni idea de qué va. Puedes intuir, puedes especular,pero hasta que no coges el mando de control y aporreas un poco los botones no sabes a ciencia cierta el trasfondo del juego. Shape of the World es uno de éstos. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que estamos ante un juego indie, una atrevida propuesta que llega desde Canadá y que llegará a casi todas las plataformas inimaginables. Nosotros nos hemos atrevido a jugarlo en Nintendo Switch, y la verdad es que creemos que no dejará indiferente a nadie. Por lo menos su planteamiento inicial, o lo amas o lo odias. Y es que, así de entrada, estamos ante un título que coge ideas de No Man’s Sky de Hello Games y las fusiona con Flower de Thatgamecompany. Sí, ya, todo el mundo esperará que esta rara propuesta se parezca más al segundo que al primero. Pues bien, coge lo mejor y lo peor de ambos como veremos a continuación.Se trata de un juego de exploración en primera persona, calcadito al mencionado Flower. En este colorido mundo, la fauna y la flora crecen a nuestro alrededor conforme avanzamos y lo tocamos todo a nuestro paso. Siempre de forma única (procedural), siempre con una paz sosegada para que sintamos la espiritualidad de su propuesta. No hay tiempo, ni enemigos que puedan hacernos perder la partida. Como mucho hay seres con los que comunicarnos, con los que interactuar. Y como siempre ocurre en esta vida, algunos serán sumisos y otros no se mostrarán tan afables a que invadamos su espacio vital. Pero siempre desde la tranquilidad más sosegada, porque si “tocamos” las columnas que tenemos justo delante surgirá una imposible escalera que nos deslizará a toda velocidad (quizás eso sea muy exagerado) hasta llegar hasta el siguiente ángulo. Porque en la lejanía, los gigantescos ángulos agudos con el vértice hacia arriba marca el camino.Querían que sintiéramos que estábamos en un mundo vivo. Un lugar cambiante tanto por el elemento procedural que permite que cada partida sea diferente (por lo menos en cuanto a una serie de patrones se refiere) como con los ritmos sonoros que se suceden. Los monolitos, las criaturas, los árboles… todo cambia y todo reacciona cada vez pulsamos el gatillo de interactuar. Pero no “mata”. A la hora de movernos, echamos en falta un puntito de velocidad que sí aparece cuando nos deslizamos por las escaleras “mágicas” o al tocar ciertos árboles (los que generan un breve impulso), pero entre que hay pocos elementos en pantalla y que la finalidad del juego se centra en la experimentación, sufriremos tramos en los que no sabemos ni lo que hacemos ni porqué lo hacemos.Volvamos a recordar los dos juegos del principio. De No Man’s Sky vemos las lineas simples, el colorido según líneas de código que alteran el mismo panorama bajo algoritmos que definen que una piedra sea ahora marrón y dentro de un rato verde. La sensación en ambos es la misma, ya he pasado por aquí por mucho que el bichito que salta sea distinto o el suelo sea rojo. De Flower coge la jugabilidad, flotar por el aire como si fuéramos una ráfaga caprichosa que sigue su camino… un camino encorsetado y predefinido, pero camino al fin y al cabo. En Shape of the World sabremos que no flotamos porque hay un botón de salto, el resto del tiempo casi lo creeremos. La idea de interactuar con un ecosistema, de perdernos en una surrealista vivencia dentro de un entorno cambiante suena a GOTY, pero en esta ocasión se rasca solamente la superficie. Hay muy pocos elementos y además, todo resulta muy simple. Al menos hay que reconocerle su modestia, otros con un poco más nos vendieron la burra como si fuese el juego definitivo. Sí, Hello Games, te lo digo a ti. Nos queda un apartado técnico curioso aunque modesto, en el que el uso del color es el aspecto más destacable junto al audio. Nos faltan cosas que hacer, elementos con los interactuar y zonas que explorar. Que tenga un sistema procedural por el que los elementos cambien no resulta un incentivo para volver en una segunda vuelta, a no ser que quedemos atrapados por esa indolencia de no tener un objetivo claro ni una amenaza que nos complique la vida. En ese sentido, Flower tiene más tensión jugable y resulta mucho más satisfactorio. En el juego que nos ocupa, se pierden las “formas” hasta quedar desdibujadas. La supuesta evolución no transmite y el ecosistema resulta insustancial. Puede resultar interesante visitarlo, pero no creemos que sea el mundo en el queramos perdernos una y otra vez fascinados por su inventiva. De eso, poco, la verdad.
En cada partida cambian los elementos. El audio. Los cambios de color.
La interactividad es poca y poco divertida. Muy simple en todos los sentidos.
No atrapa como debería, ni por la exploración ni por su mundo procedural. Al menos es bonito y suena bien, si queremos una propuesta modesta.
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